lunes, 7 de abril de 2008

Nada interesante aún (si es que algún día tenga algo interesante)

Estoy de regreso después de un par de meses de solo inaugurar este cuaderno. Han pasado muchas cosas: renuncié a mi tabajo en Concultura (recuerden que yo era corrector de estilo en la Dirección de Publicaciones e Impresos), y quince días más tarde me llamaron de un periódico, en el que trabajo desde hace un mes y un par de días. Pero eso no es todo: se acabó la vida de vagabundo nocturno, porque, aunque no he sido tan asiduo a los bares y "cafés culturales" (al menos ya hace buen rato comprendí que no saco nada de andar componiendo el mundo en esas "tertulias" –qué fea palabra–), he andado más de alguna vez tapando goteras en recitales y lecturas y festivales y encuentros centroamericanos y permanentes. Bueno, quiero decir que como mi trabajo en el periódico, que ya les diré cuál es para que cambien la cara, no me deja tiempo para andar en miércoles de poesía, jueves también, viernes de rayuela, ni nada que sea entre las 4 de la tarde y las tantas (hasta a ver a Dios, eso es como a las 11 de la noche), pues me pierdo casi todo lo que pasa ( que es casi como nada, digo, estando nuestro estado "cultural" como está. La reiteración del verbo y su respectivo sustantivo es intencional, para que no digan, "vaya, qué corrector de estilo").
Lo otro que me ha pasado es que dos días después de empezar a trabajar en El Gráfico (lo hacemos por deporte, y también por unos dólares más) tomé posesión en mi nuevo cargo como técnico en la Unidad Académica del Ministerio de Educación, específicamente con el programa Comprendo, en el área de Lenguaje (—¿Es que usted es también profesor? —, y de los buenos.
A ver quién se acuerda de quién es esta frase en cursivas). Ahora estoy viendo los nuevos programas de estudio, los libros de texto, las guías didácticas, entre otros documentos. ¿Que qué hago con ellos?, pues también eso, corrección de estilo, qué otra cosa sé hacer.
Y por supuesto, sigo escribiendo. Estoy tratando de terminar un nuevo libro de poemas. No voy a decirles cómo se llama. No, no se llama como ustedes sabían, porque le cambié el título y algunas cosas más.
Pero les voy a dejar acá uno de los poemas de ese libro, para que vean que también me pongo serio a veces con lo que tiene que ser formal.

Abur.


V

Vinieron los muertos.
Y mi padre dijo: —Vinieron los muertos.
Había un aire podrido tras la puerta,
un aire parecido al aire de los muertos.

Había también una puerta reclinada en su marco
del modo en que lo hacen los padres cuando esperan
a alguien que ya ha tardado tanto
y es de noche, oscuro, tan de noche,
que el aire es, de tan frío, una advertencia.
Pero no era un padre,
era solo una puerta que de vieja
parecía una cortina que cree ser puerta
y que mece y golpea el viento de los muertos
a su albedrío.

Y vi también unas palomas
en la última línea de la cerca. Y había viento.
Yo querría deciros cuán bellas eran aun a pesar del viento,
o quizás a costa del viento. Y os digo que eran bellas.
Mas no en manera tal que uno diga: “Ved, qué bellas”,
sino del modo en que basta oírlas
para beber de ellas tantísima hermosura.